La felicidad del otro

Hay veces que nos calificamos desdichados por no recibir de la misma forma que concedemos. Por Luis Arturo Lomello.

Hay veces que nos calificamos desdichados por no recibir de la misma forma que concedemos. Esperamos ser retribuidos argumentando estima.

Comprender que brindamos afecto superando la nimiedad de los sentimientos.

No entendemos que el otro también da, con actitud y su forma de exponerlo no combina con lo propio, pero desea lo mismo.

Pretender que los demás sientan como yo, compartiendo un instante de felicidad, esperando que a lo ajeno le suceda lo mismo, es casi imposible.

¿Cómo sé que quien se advierte amado no encuentra el modo para expresarme su trastorno y se juzga frustrado como yo?

Observar al prójimo desde mi escenario es arrancar cometiendo el más grosero error. Nada garantiza que la vida de los semejantes sean realidades superiores a la mía.

Argumentar sobre la perspectiva carece de sustento.

Es viable enamorarse de lo abstracto, eso no premia nuestras intenciones. Los apegos nacen en el misterio y allí se alimentan.

Amamos o no.

No es un estado de ánimo, es un don, algo incorporado a las capacidades y se desarrolla acorde a su autonomía.

En su medida todos nacemos con esa gracia, un legado, la demostración consciente de la naturaleza con que fuimos creados.

Pero ni sobre eso tenemos potestad.

Pasan los años y tienes la misma forma de andar…

Adoptamos posturas que suponemos nos favorecen y persuaden a ser aceptados, pero en el fondo no anhelamos eso, solo pretendemos estima.

Esa circunstancia que no necesita ser justificada.

Es una evidencia que existe, pero permanece oculta a simple vista. Al sentirnos turbados reaccionamos por la falta de empatía.

Conocer y descubrirse dispone a saber manejarse.

Los reclamos son resultado de falta de seguridad, el apremio de resistir que no todos los tiempos son iguales, para la razón quizás, pero en el contexto las emociones indican otra cosa. El disgusto intenta disimular la impotencia de comprender la trama de una situación que provoco.

Aparece la intención.

Imponer lo que yo creo que es.

Condenar al fracaso mediato la fascinación que ocasiona quien viene interesadamente al encuentro.

La tolerancia es una cualidad del amor.

Si dedicamos un instante para escuchar lo que ansían decirnos, estamos obrando con entendimiento.

Cuando empezamos hablar en un mismo idioma, producto de haber ejecutado el mecanismo de la aprehensión, comenzamos a concebir la huella del respeto.

Una consideración que nos lleva inexorablemente a una aproximación de la verdad. Aumentan o disminuyen las capacidades, pero lo principal persiste invulnerable… adaptamos el aspecto y continuamos experimentando la dicha.

Lo absoluto es irrefutable, la evidencia del origen, de donde venimos y hacia donde vamos. Cada cual lo ensaya como puede, pero nada obtiene descalificar su método, lo trascendente es el suceso que genera para satisfacción de no haber amado en vano.

 

Por Luis Arturo Lomello.

Noticias relacionadas