La bicicleta de Luis Arturo (dos)

Otra entrega de Luis Arturo Lomello.

Hoy, tratando esquivar un perro, terminé rozando el tronco de un árbol ante la condenatoria mirada de una señora por casi  atropellar  su mascota.

Reponiéndome, del golpe y el enervante momento, intenté volver a andar, pero lamentablemente  la bicicleta estaba dañada.

 

El estado de impotencia que me generó el incidente, desencadenó un sinnúmero de maldiciones contra la mujer en particular y la sociedad toda, incluyéndome, por no comprender la esencia misma con la que estamos creados.

 

Existen argumentos para demostrar que las almas existimos incompletas.

Al proponernos un proceder, con respecto a los demás, desnudamos ese estado oculto, que no es nuestra mayor cualidad, y volvemos a ser crueles, como esa primera etapa, cuando éramos niños.

 

Esa oscuridad, que no queremos reconocer y habita en nosotros, aflora sin que podamos hacer nada para evitarlo.

 

Basta un hecho insignificante para que la ira se adueñe de nuestra mitad inconclusa y al no poder sofrenar eso que nos desborda, somos algo que no  pretendemos, convirtiéndonos en protagonistas indeseables con un razonamiento alterado  y terminamos actuando a modo de críticos despiadados, o en el mejor de los casos,  ensayamos la ironía, mofándonos de situaciones que  no nos permitiríamos enfrentar como: recitar una poesía,  cantar delante de algunas personas o realizar malabares en un semáforo.

 

Tememos hacer el ridículo y presenciar que otros lo hagan, nos vuelve vulnerables, vemos eso que no nos animamos a enfrentar; ser genuinos.

Ante las mentes,  que admitimos nos apoyan, terminamos generando desconfianza por el hecho de sentirnos defraudados.

 

Preocuparnos por los demás está bien.

Descalificar a quienes no opinan en nuestra misma dirección, es cosa de miserables.

Sospechamos que a través de esta canallada nivelamos nuestra mediocridad con respecto a ellos y nos burlamos por descubrir esas cualidades que carecemos.

 

Para completarnos es importante igualar hacia arriba.

Las cosas buenas están en lo alto.

En el suelo se arrastran las serpientes, las mismas que nos privaron del paraíso.

Esa permanente lucha interna, es nuestra conciencia, aquella  que no es posible engañar.

Ocuparnos de lo que le pasa al vecino, es mirar para otro lado,  no resolver lo que nos sucede.

Mi padre solía decir: no se puede tapar el sol con un dedo. Aunque de chico lo intentaba y conseguía, cuando enfrenté la madurez, descubrí su punto de vista.

 

Vivir tiene sus consecuencias.

Esa mujer que paseaba su perro por un lugar inadecuado, no deseaba ocasionar un accidente.

Solo pretendía llenar un vacío sin comprender que sus actos podrían interceptar los míos.

Pero en este aspecto, la gran mayoría somos parecidos.

Obramos a media razón, mientras mi universo no sea alterado, no llegamos a enterarnos de lo que afecta al prójimo.

Hacernos cargo de los demás es cosa seria. Aunque más dificultoso es ocuparnos de nosotros.

Esas licencias que nos permitimos son un atentado para con nuestros semejantes.

Pero descubro con asombro: esa es nuestra condición misma, lo imperfecto.

Dios no quiso arriesgarse, por eso cada tanto nos da la libertad de sacar a pasear el perro.

 

Luis Arturo de Santa Fe.

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