La bondad anónima

Un texto de Luis Arturo Lomello.

Existen seres, que, al clasificarlos de humanos, les queda pequeño el concepto.
La grandeza que los caracteriza pasa desapercibida a simple vista.
Tengo amigos que poseen esta cualidad. Mas allá de sus suspicacias, proponen la sinceridad de la amistad.
Estas personas comprenden el significado sublime de la vida que es: ama al prójimo como a ti mismo.
En las situaciones extremas es cuando desenmascaramos el mérito de los protagonistas y esta idea es extremadamente amplia.
Obran más de los que son reconocidos como tales. Héroes.

Los grandes pensadores, los mejores prosistas, los extraordinarios poetas, los aventureros, los trovadores, magos, juglares, han sido condicionados por almas mortificadas por la inquietud de ese conflicto interno que los impulsa hacia la necesidad de intentar ser compasivos.

Siempre vine a mi recuerdo una frase de mi padre: Haz el bien sin mirar a quien. Es probable que no sea de su autoría, pero, se la atribuyo, porque las cosas terminan identificándose con quien provechosamente las emplea.
Involucrarse con desconocidos sin saber su historia requiere de una inmensa valía y un profundo convencimiento de fe.
Quien de verdad cree a nada teme, porque solo quien abraza el amor puede dar lo que los demás necesitan.
Lo incondicional se vuelve moneda corriente, lo bueno contagia a lo bueno como un virus que se propaga en una epidemia.
Pero, en menor medida, también ocurre en lo opuesto, lo malo se expande si no logramos cruzar una barrera.

En su totalidad pretendemos la bondad, la mayor parte de la vida intentamos practicarla, aunque como cualquier niño somos proclives a las travesuras.
Prevalece la necesidad de ocuparnos del otro. La lucha desenfrenada contra el ego nos arroja a la mayor de las desdichas, un individuo solo con la capacidad para dar, atrofiada.
Compartir un mate puede parecer una nimiedad, pero se vuelve dignidad cuando enfrento mis propios escrúpulos y provoco el encuentro con aquel que hasta hoy me era desconocido.
Traspasar la línea de la precaución y abrirnos es asumir un gran riesgo, pero existe un hilo invisible que mantiene unidos a aquellos que gravitan en similares frecuencias.
La atracción se manifiesta más por solidaridad que por casualidad. Las grandes gestas se generan en los pequeños espacios.
Cuando más reducimos nuestros prejuicios en mejor posición encontramos las posibilidades de escuchar y ser oídos. En la desdicha revelamos como en verdad somos.
Esa condición empareja las obsesiones y manifestamos que un semejante termina siendo un igual. Uno, que pretende afecto para paliar la perturbación que lo lleva a enfrentar una nueva prueba.

La soledad espera, anula, dejándonos paralizados en un rincón. Mengua la manifestación de interés por un universo mediato que rodea, afirma, como un necio, que es posible salvarse uno mismo. El mejor disfraz del engaño.
No hallamos alegría en estas prácticas cuando pretendemos aislarnos del entorno… Amar es darse, una conducta que hace feliz a quien la ejercita.
Encontrarse a uno mismo tiene su valor, pero descubrir en un semejante la dicha de la felicidad es el camino que consciente o ignorado pretendemos atravesar.
Haber emprendido esta cruzada habla por sí sola de la consideración de aquel que se aventura.
El mérito no es el reconocimiento, es afirmar que con esta manera estamos contribuyendo para que el mundo no sea un lugar de paso, sino un sitio que permite crecer como seres que evolucionan hacia la verdadera salvación.

 

Luis Arturo de Santa Fe

Noticias relacionadas