El cannabis actual triplica su toxicidad y eleva los riesgos de daño cerebral, sobre todo en jóvenes

La concentración de THC en la marihuana que se consume hoy es tres veces más alta que hace una década, lo que incrementa exponencialmente sus efectos adictivos y psiquiátricos, especialmente en adolescentes y personas con predisposición genética.

El aumento sostenido de la potencia del cannabis ha transformado su perfil de riesgo. En las últimas décadas, las técnicas de cultivo –como la sinsemilla, que elimina las semillas para maximizar la resina y, por tanto, el THC– han potenciado el efecto psicoactivo de la droga. De acuerdo con estudios recientes, la concentración de tetrahidrocannabinol (THC), principal compuesto responsable del “colocón”, se ha triplicado: del 4% en la década del 90 al 17% o más en la actualidad. Algunas variedades incluso alcanzan niveles del 35%.

Fernando Berrendero, neurobiólogo e investigador en adicciones de la Universidad Francisco de Vitoria, advierte: “Este aumento ha hecho que el cannabis sea mucho más peligroso que el que se consumía hace 20 o 30 años”. El incremento en la potencia se vincula directamente con un mayor riesgo de desarrollar adicción, trastornos psicóticos, deterioro cognitivo y, en casos extremos, esquizofrenia.

El cannabis y los trastornos mentales

La marihuana actual se une con más fuerza a los receptores CB1 del cerebro, implicados en funciones esenciales como la memoria, el aprendizaje y la regulación emocional. Según Marina Díaz Marsá, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, “el riesgo se multiplica en función de la edad de inicio, la dosis y la duración del consumo”. El cannabis puede multiplicar hasta por nueve la probabilidad de padecer algún trastorno mental grave, incluyendo ansiedad, depresión, trastorno bipolar o conducta suicida.

En el caso de la esquizofrenia, Celso Arango –ex presidente de la misma sociedad y director del Instituto de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón– afirma que “el riesgo se triplica”. Según un estudio longitudinal de Dinamarca que analizó los historiales médicos de seis millones de personas durante 50 años, hasta un 30% de los casos de esquizofrenia en varones jóvenes podrían haberse evitado sin consumo de cannabis.

El vínculo entre cannabis y brotes psicóticos se refleja también en los hospitales: “Casi la mitad de los adolescentes que ingresan por psicosis en nuestra unidad dan positivo en THC”, señala Arango. En países donde la marihuana fue legalizada, como Canadá, los ingresos por brotes psicóticos se triplicaron desde entonces, advierte Díaz Marsá.

Vulnerabilidad genética y ruleta rusa

Aunque el riesgo aumenta con factores como el estrés o una historia familiar de enfermedades mentales, nadie está completamente libre. “No hay nadie con 0% de riesgo”, advierte Arango. Para quienes tienen predisposición genética –alrededor del 1% de la población con riesgo de esquizofrenia hereditaria–, el cannabis puede ser “veneno”.

Incluso un solo porro puede desencadenar una psicosis en personas vulnerables. “Lo que hace el cannabis es despertar enfermedades mentales latentes. Y nadie sabe si está en riesgo. Es como jugar a la ruleta rusa”, añade Díaz Marsá.

Investigadores de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) identificaron recientemente biomarcadores en sangre que podrían ayudar a predecir qué individuos están más expuestos a desarrollar esquizofrenia si consumen marihuana. El 42% de las personas con esta enfermedad tienen también un trastorno de adicción al cannabis.

Efectos cognitivos y deterioro vital

Uno de los efectos más visibles del consumo crónico de cannabis en jóvenes es el “síndrome amotivacional”, caracterizado por la apatía, la desconexión emocional y la pérdida de interés por el estudio o las relaciones sociales. “Es así como lo describen los familiares: el chico no se entera de nada, está tirado todo el día”, explica Arango.

En el cerebro, el hipocampo –clave en la memoria y el aprendizaje– se ve especialmente afectado. Los efectos pueden ser duraderos: un estudio de 2012 siguió a más de 1.000 jóvenes desde los 13 hasta los 38 años y demostró una pérdida promedio de 8 puntos en el coeficiente intelectual entre quienes fumaban cannabis con regularidad.

Otro estudio publicado en The American Journal of Psychiatry en 2022 halló que los fumadores habituales presentaban no solo déficits cognitivos importantes, sino también una reducción del volumen del hipocampo, factor que eleva el riesgo de demencia.

Consecuencias que cruzan generaciones

Más allá de los efectos individuales, el cannabis puede dejar una huella biológica hereditaria. Investigaciones lideradas por Yasmin Hurd, neurocientífica de la Escuela de Medicina Monte Sinaí (EE. UU.), sugieren que el consumo sostenido de marihuana genera alteraciones epigenéticas que podrían transmitirse hasta dos generaciones.

Los especialistas coinciden en que el consumo temprano –antes de los 21 años– es especialmente dañino, ya que el sistema nervioso central está en pleno desarrollo. Las secuelas no siempre se manifiestan de inmediato: “Puede aparecer un trastorno psiquiátrico años después de haber dejado de consumir”, afirma Berrendero, quien comprobó estos efectos en modelos animales.

Finalmente, el cannabis es también protagonista en los servicios de urgencia: en España, estuvo presente en el 57,3% de los ingresos hospitalarios por consumo de drogas ilegales. En 2024, el país se ubicó entre los mayores consumidores de cannabis en Europa, junto con Francia e Italia.

A pesar de los datos, la percepción social del riesgo sigue siendo baja. “Se minimizan sus efectos. El problema es que no se habla de los trastornos mentales graves asociados”, concluye Marina Díaz.

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