Grato a los ojos

La alegría es una representación de la felicidad. Desearla es predisponernos para que suceda. Por Luis Arturo Lomello.

Un grado de ferocidad es parte de la naturaleza humana.

Por un afortunado comentario de Raúl Hugo cambié la palabra degenerado por perverso. Un acierto para comprender lo que resulta agradable a nuestra mirada.

«El perverso adolescente no aparece naturalmente en el niño, pero se debe al brío de peligro que hay en él, a su equivocación, o a su falta de adiestramiento, de acuerdo con el ambiente del prójimo».

Jugar. De eso se trata.

La alegría es una representación de la felicidad. Desearla es predisponernos para que suceda.

Cuando relacionamos con el entorno creamos un mundo propio, regido por normas que resultan gratas a quienes confluyen.

No existe un universo, es una apreciación que solo se contempla en la significación del infinito. Recuerdo un juego de chicos que practicábamos cuando salíamos de la escuela e íbamos a esperar el ómnibus a la parada. Allí intentábamos evitar que subiese aquel que tenía necesidad de tomar la línea que lo llevaba a su destino.

Algo similar ocurría cuando, ya abordado el coche, procurábamos que no bajase donde debía. La situación, violenta, para quien la padece, termina resultando una disputa estéril.

No es lo mismo evitar ascender que descender, es probable que ambas definiciones se presten para confusión.

Salvarse o condenarse. Cielo o Infierno

Podría comentar que son antónimos, pero no es ese el asunto que me incumbe. Competir no es la esencia.

Ganar y perder.

¿Pero, quien gana o pierde?

¿Transitar la vida venciendo, verdaderamente nos hace mejores?

Si dominamos, ya tenemos el premio, probablemente sea el reconocimiento de haber hecho bien las cosas, no significa eso que seamos próceres.

Ahora el hecho de fracasar, no es aceptar haberlo merecido. Decir, aquí estoy, pero, puedo sostenerme. Vuelvo donde estaba.

Pasamos nuestra vida contemplando los logros ajenos, pero, que ocurre con los propios.

Los planes traviesos no son para tomarlos a la ligera, eventualmente, en la mayoría de los casos son un reflejo de cómo nos comportaremos en el futuro, mirando lo bien que le va al vecino o intentando ser feliz.

Los juegos de críos son el ensayo de cómo seremos como personas. Tenemos la necesidad de ponernos a prueba.

Una cualidad en nuestro instinto animal. Demostrar ante la manada quien es sobresaliente. Lo normal en un caos infantil.

Aunque a la corta terminamos en nada.

Cuando nos desviamos de los fundamentos de entretenernos ya entramos en un camino donde como párvulos no tenemos ni remota idea a donde arribaremos con las consecuencias.

Las bromas no siempre son sanas, no es acertado festejar el día del padre con un huérfano. Interpelar la crueldad es la función de todo tutor.

Los pequeños no dimensionan el alcance de sus arrebatos. Si no enseñamos a respetar, estamos ya derrotados.

No hacer nada es aceptar que sigan fustigando a quien no está en condiciones de defenderse. Los chiquillos hostigan a los débiles, no se atreven contra aquellos que puedan someterlos.

Cuando nos cuidamos, por instinto, terminamos volviéndonos egoístas, la naturaleza innata de los individuos.

Formarnos para la vida es intentar desplazar el ego para encontrar el estado que nos haga bienaventurados.

Al identificamos con lo que agrada desechamos lo que aburre.

Criterios que aplicaremos a lo largo de la existencia y serán el reflejo de nuestra personalidad. Suponer que soy superior disfraza un profundo sentimiento de melancolía.

¿Pretendemos los hijos aventajar a nuestro papá? ¿O solo igualarlo? Es el gran dilema de la humanidad y el secreto mejor conservado.

¿Es posible ser grato a los ojos de Dios?

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